viernes, 18 de agosto de 2017

Las aventuras de Nuri, Noe y Sora: Capítulo 3

¡Hola, amigos!

¿Qué tal esta semana?

Yo muy feliz porque, al fin, os puedo mostrar la portada de Las aventuras de Nuri, Noe y Sora. Tanto la ilustración como el diseño son de Verónica Monroy Romeral, una escritora estupenda y aún mejor persona. Si os gusta la fantasía tanto como a mí, os recomiendo vivamente sus libros: Armais, el mago (para jóvenes de entre 10-12 años) y Sierpen, el Rey Serpiente.

En vista de los desastres que estaba haciendo yo con la portada de Las aventuras de Nuri, Noe y Sora (ya sabéis lo mal que se me dan Photoshop y los ordenadores en general), esta alma caritativa se ofreció a ayudarme con la portada y... ¡Mirad qué preciosa ha quedado!



Aparte de la portada, os voy a dejar también el tercer capítulo de la novela.
Por si os habéis perdido los dos primeros, podéis encontrarlos pinchando en los siguientes enlaces:



Y ya, sin más dilación, os presento el tercer capítulo de esta novela infantil:

LAS AVENTURAS DE NURI, NOE Y SORA

CAPÍTULO 3: EL AGUJERO INTERDIMENSIONAL

Autora: Noemí Hernández Muñoz




Nuri abrió la puerta del coche con una fingida reverencia.

—Adelante —dijo con una sonrisa.

Noe y Sora entraron en el automóvil y Nuri se acomodó junto a ellas. Estaban muy contentas. Era el primer día que pisaban la calle tras un mes enterito de castigo por haberse perdido en la excursión y no obedecer a don Modesto.

María y Jorge, los padres adoptivos de Nuri, habían accedido a llevarlas un fin de semana de acampada después de que las tres niñas juraran solemnemente ser personas responsables. Pero Nuri, Noe y Sora debieron de hacer cruces con los dedos durante el juramento porque, como siempre, se metieron en uno de sus fantásticos líos. Solo que, esta vez, sería el lío más engorroso que habían afrontado nunca y las llevaría a través de un túnel interdimensional a un mundo maravilloso conocido como el Otro Lado. ¡Y María y Jorge sin enterarse!... ¿Qué te parece? ¿Tienes curiosidad? Pues, sigue leyendo...






***

Cuando llegaron al campo, ayudaron a María y a Jorge a montar la tienda y, después, se marcharon a explorar los alrededores bajo la atenta mirada de María. La madre de Nuri no había olvidado todavía la facilidad con la que las tres niñas se metían en líos de los que resultaba difícil salir.

—¿Qué podemos hacer, tías? —preguntó Nuri, calándose su gorra verde para que el sol no le diese en los ojos—. ¡Ya sé! Buscaremos nidos de pájaros. Luego podremos freír los huevos...

—Pero ¿qué dices, canija bruta? —se rio Sora—. Con lo renacuaja que eres, no llegas ni a las ramas más bajas. Te hace falta tomar Danoninos...

—También podemos lanzar por ahí la bomba fétida que me he traído —sugirió Nuri, entusiasmada—. ¡O a lo mejor encontramos alacranes debajo de las piedras! Para eso no hace falta ser alta.

—¡Olvida la bomba fétida! —dijo Noe, desestimando su idea con un gesto—. Hay cosas más divertidas. ¿Y si jugamos al escondite?

—¡Estupendo! —dijo Sora.

—¿Sí? ¡Qué guay! —exclamó Nuri, distraída—. Vamos a buscar a alguien a quien apestar...

—¡La bomba fétida no, canija! —refunfuñó Sora, suspirando con resignación—. Me refería a jugar al escondite 

Echaron a suertes quién la ligaba para buscar a las otras. Nuri y Noe ya conocían de sobra a Sora: siempre sacaba piedra; así que abrieron las manos para sacar papel. Y, como de costumbre, le tocó el turno de contar a Sora.

—¡Te lo tienes merecido por no querer comer huevos de pájaro! —se burló Nuri, enseñándole la lengua.

Sora empezó a contar de cara a un árbol, refunfuñando por lo bajini.

Noe se escondió detrás de una encina. Vio que Nuri se escondía cerca, detrás de unos arbustos, junto a una piedra redonda como un balón. La piedra estaba cubierta de moho, pero en una parte se veía grabada una inscripción algo extraña.

A Noe le resultó curioso que una piedra llevara algo escrito. ¿Para qué pondría alguien una palabra ahí? ¿Y por qué aquella piedra era tan redonda?

Nuri también se había dado cuenta de aquel extraño signo y comenzó a rascar el moho que lo cubría con una ramita.

Sora terminó de contar y gritó al aire:

—¡Quien no se haya escondido, tiempo ha tenido!

Empezó a buscar tras los árboles.



Noe vio cómo Nuri se acuclillaba tras la piedra redonda y el arbusto. Noe se agazapó un poco más tras la encina. Se miraron con una sonrisa. Sora empezaba a buscar por donde se habían escondido. Noe cogió una piedra y, sin que Sora la viera, la lanzó lejos de ellas. Al escuchar el ruido, Sora se dio la vuelta y las buscó por otro sitio mientras Nuri y Noe se reían bajito.

Entonces, Nuri gritó de repente, como si se hubiera hecho daño.

Sora la oyó y se acercó rápido guiada por el sonido. Parecía preocupada. Vio a Nuri sentada en el suelo junto a la piedra redonda, examinándose una de las manos. La niña se puso en pie de un salto.

—¡Esta piedra me ha mordido! —refunfuñó, señalando la roca con el ceño fruncido.

La preocupación desapareció de la cara de Sora, que empezó a reírse a pierna suelta. Noe se acercó a ellas, dando por finalizado el juego.

—¡En serio! —exclamó Nuri al ver que Sora seguía riendo a carcajadas—. ¡Me ha dado un mordisco!

—¿Y desde cuando las piedras tienen dientes?—se burló Sora. 

Nuri frunció más el ceño. Ella solía decir la verdad (normalmente) y le molestaba que no la creyeran cuando decía algo que era cierto.

—¡Tía, de verdad! ¡Me ha dado un mordisco!

Noe intuyó que se aproximaba una tormenta de discusiones, de modo que intervino antes de que sus amigas se enojaran.

—Tranquilas, chicas... —dijo.

—¡Noe, de verdad me ha dado un bocado! —exclamó Nuri.

Sora resopló con cara de guasa.

—¿Cómo va a morderte piedra? ¡Usa la cabeza, canija!

Nuri miró suplicante a Noe, que ya se acercaba a la roca redonda.

—Seguro que habrá sido algún bicho o a lo mejor te ha dado un calambre o algo parecido... —dijo.

Nuri se arrodilló junto a su amiga, que había clavado una rodilla en el suelo y observaba la roca con mucha atención.

Noe no podía dejar de mirar aquel grabado. Le parecía tan interesante... La roca parecía casi una bola del mundo. De hecho, eso era. Pero los continentes y países que había dibujados no se parecían absolutamente en nada a los que conocía.

—Me mordió cuando le estaba quitando el musgo —le dijo Nuri, rascando con los dedos el signo que la roca llevaba inscrito.

Una breve descarga eléctrica pasó de la piedra a los dedos de Nuri, que retiró la mano enseguida.

—¡Ay! ¡Lo ha vuelto a hacer! —se quejó llevándose el dedo índice a la boca, para aliviar el dolor.

Noe y Sora se miraron boquiabiertas.



—¿Has visto la electricidad? —preguntó Sora, asombrada.

—Sí —respondió Noe, tan sorprendida como ella—. Pero, ¿por qué? Nunca había visto una piedra dando calambrazos a diestra y siniestra...

—¿Veis cómo la piedra tiene mala pipa? —dijo Nuri—. Han sido las letras que lleva grabadas. ¡Me apuesto lo que queráis! Por cierto, ¿qué es lo que hay escrito?

—Ahora lo veremos —dijo Noe, cogiendo una ramita del suelo para quitar los restos de musgo de la inscripción sin recibir una descarga.

Cuando la piedra estuvo limpia por completo, las compañeras observaron expectantes las palabras grabadas:


La puerta está abierta


—¿Qué puerta? —se preguntó Noe en voz alta.

Las tres niñas se miraron entre sí sin saber qué pensar ante tanto misterio. ¿Sería la contraseña secreta de unos espías? ¿Sería la señal de unos ladrones para robar en una casa? ¿Sería el signo indiscutible de la vida extraterrestre?

Las palabras de la roca comenzaron a brillar un poco y las tres niñas se sobresaltaron. Después, una a una, como si las moviera una fuerza misteriosa, pasaron los dedos por aquellas palabras tan raras. Esta vez no hubo ninguna descarga eléctrica.

Una vez que las tres tuvieron las manos sobre la inscripción, las letras brillaron más fuerte, iluminando sus rostros atónitos. Entonces, el suelo empezó a temblar bajo ellas, como si fuera un terremoto. Las niñas gritaron asustadas, agarrándose unas a otras y sintieron que el suelo desaparecía debajo de sus pies, como si las absorbiera un remolino. En un plis plas, las niñas desaparecieron mientras los pájaros piaban en los árboles y las chicharras chillaban entre la hierba.




***

Nuri, Noe y Sora caían y caían. No llegaban a un suelo al que aterrizar y sus gritos parecían interminables. Era como si estuvieran cayendo a un pozo sin fondo.

Noe se atrevió a abrir los ojos y a punto estuvo de frotárselos por la sorpresa. ¡Estaban cayendo por un cielo azul, como si hicieran paracaidismo!

A su lado, Nuri y Sora gritaron también cuando vieron lo que pasaba. La piedra de la inscripción debía de haber provocado aquel remolino mágico que las había teletransportado a otra dimensión. Ésa era la única explicación posible.

Pero las tres amigas tenían un grave problema: si estaban cayendo del cielo, ¿qué pasaría cuando llegaran al suelo? ¿Se estamparían contra él y tendrían que escayolarles todo el cuerpo?

¡No te preocupes, amigo lector! Nuestras amigas tienen mucha potra. Sobre todo Nuri, que siempre tiene los bolsillos llenos de suerte, además de los objetos que ha tomado prestados a otras personas.

Noe vio desde el aire que iban a caer en una aldea de aspecto medieval, como en las películas de caballeros andantes. Divisó una carreta llena de paja y gritó:

—¡Miraaad!

El suelo estaba cada vez más cerca.

Nuri y Sora, gritando a pleno pulmón, miraron hacia donde Noe les señalaba y comprendieron al instante.

Comenzaron a nadar en el aire como si fueran unos extraños pájaros sin plumas y hasta que se situaron por encima de la carreta llena de paja que Noe había señalado.

El suelo estaba cada vez más cerca y la carreta se veía cada vez más grande, justo por debajo de ellas.

Mientras Sora rezaba a todos los dioses del mundo, Nuri se reía diciendo que aquello era mejor que una atracción de feria y Noe intentaba asegurarse de que estaban perfectamente situadas sobre el montón de paja.

Las tres amigas cayeron sobre el carro con estruendo, formando un remolino de hilos pajizos a su alrededor. Debido al peso repentino, una de las ruedas de la carreta se soltó, saliéndose de su eje hasta hacerla volcar. Las compañeras cayeron al suelo formando un revoltijo de paja, piernas y brazos sobre el suelo.

Nuri fue la primera que reaccionó, poniéndose en pie exultante de alegría, con su gorra verde sobre un hombro y el pelo lleno de porquería.

—¡Qué guay! ¡Vamos a tirarnos otra vez!

Noe ayudó a Sora a levantarse. Daba pena mirarla, con esa cara tan tan tan blanca. Parecía mareada y a punto de vomitar, pero, cuando oyó a Nuri decir aquello, su cara se volvió roja como un tomate y la vena que tenía en la frente comenzó a hinchársele.

—¡Otra vez? ¡Qué nos tiremos otra vez? ¿Estás loca? ¡Ya nos has vuelto a meter en un lío, canija! ¡La piedra que te mordió tenía que haberse comido tu mano! ¡Voy a matarte ahora mismo! ¡Se te van a quitar las ganas de meterte en verbenas!

Noe suspiró resignada. ¡Ya estaban otra vez! Pero, al menos, Sora ya se encontraba mejor o, al menos, eso parecía a juzgar por la magnitud de su enfado.

Antes de que pudiera intervenir para detener la guerra de lanzamientos de paja entre Nuri y Sora, se abrió la puerta de la casa que había junto a la carreta desvalijada. De ella salió una mujer pequeñísima, incluso un poco más bajita que ellas. Vestía un delantal largo y blanco sobre un vestido azul y parecía tremendamente enfadada.

—¡Eh, gamberras! ¡Dejad ahora mismo mi carro, sinvergüenzas!

Sora se quedó mirando a la mujer enana, que seguía chillando, llamando a alguien del interior de la casa, que también era muy pequeña y parecía de juguete con su precioso tejado de paja. De la casa salió un hombre, también muy bajito, regordete y con una barba que le cubría todo el pecho.

—¡Aymer! ¡Aymer! —gritaba la mujercita—. ¡Saca la escoba, que voy a darles un escarmiento a estas tres granujas!

—¡Qué guay! —exclamó Nuri, alucinada, observaándolos.

La mujer cogió la escoba con ambas manos. Parecía tan graciosa con sus mofletes colorados y aquella cara de malas pulgas que a Nuri y Noe les entró la risa floja.

Sora, en cambio, permaneció con la boca abierta mirando a la pareja de enanos. Su cara empalideció de nuevo, su cuerpo se volvió rígido como una tabla y lo único que atinó a decir fue:

—¡Caramba! ¡Sí que me he dado un buen golpe! ¿Qué hacen aquí los primos de los pitufos?

Sora cayó desplomada sobre el suelo. Se había desmayado. Nuri la miró un segundo y comentó, meneando la cabeza con aire condescendiente:

—¡Pobrecilla! Pasar por un túnel interdimensional, caer desde el cielo a una velocidad de vértigo y ver a un par de enanos chillones armados con una escoba ha sido demasiado para ella...

La enana chillona permaneció pasmada durante un segundo y soltó la escoba, sorprendida.





¿Qué os ha parecido?



Espero que os haya gustado mucho. Muy prontito la novela estará publicada y tendréis 200 páginas de diversión e ilustraciones. Apenas esté disponible en Amazon, os lo anunciaré a través del blog.


¡Un abrazote y hasta la próxima, amigos!



No hay comentarios:

Publicar un comentario